Por: Gloria Montoya Mejía.
En el corazón del poder legislativo colombiano, un grupo de ciudadanos que hace dos años prometía un nuevo rumbo político se encuentra ahora envuelto en controversias. Los principios que alguna vez se alzaron bajo la bandera de la equidad y el desarrollo sostenible parecen desvanecerse en medio de una realidad marcada por cuestionamientos éticos y la falta de resultados concretos.
Las voces de descontento, que deberían resonar desde las calles, provienen incluso de los propios líderes del partido, quienes no dudan en admitir el incumplimiento de sus promesas. La frase de la vicepresidenta, “Mi pueblo me dice que estábamos mejor antes de que ustedes llegaran al poder”, enciende las alarmas sobre la insatisfacción de quienes los eligieron.
El sistema democrático que nos rige nos recuerda el dicho: “Cada pueblo tiene el gobierno que merece”. Por lo tanto, la calidad de nuestra democracia está intrínsecamente ligada a la calidad de nuestra ciudadanía. Este es un momento propicio para reflexionar sobre valores universales como el bien común, el progreso equilibrado y la ética como fundamento de una sociedad justa.
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Es fácil señalar a los gobernantes como responsables de los problemas que aquejan al país, pero ¿qué papel desempeña la sociedad en la elección y supervisión de sus líderes? ¿Qué mecanismos existen para exigir cuentas y en qué medida se utilizan para garantizar que los intereses colectivos prevalezcan sobre los de los partidos políticos, que una vez en el poder parecen olvidar quién les delegó esa autoridad y con qué propósito? Cabe recordar que la democracia no se trata solo de elegir, sino también de evaluar la gestión de los elegidos.
En el actual contexto económico, político y social que vive Colombia, no debería ser únicamente la oposición la que alce la voz para evaluar la gestión. Esa responsabilidad también debe emanar de los propios electores, quienes, con pleno derecho, apostaron por un cambio en la dirección del país y lo lograron en un proceso electoral legítimo. Así, podríamos pasar de críticas malintencionadas hacia los políticos opositores a un verdadero ejercicio de autocrítica entre los electores, reconociendo así el poder de la democracia.
Colombia, rica en recursos naturales y con una diversidad étnica invaluable, nos convoca a asumir un papel más activo y asertivo. Somos herederos de una tradición de lucha y superación, similar a la de Odiseo en la obra de Homero, que enfrentó desafíos y logró regresar a Ítaca, su hogar, donde halló su identidad, su familia y la esencia de su lucha.
No hay duda de que Colombia vive una odisea política y social, pero es hora de que como pueblo emprendamos el viaje hacia nuestra Ítaca, despertando la conciencia ciudadana sobre la importancia de un liderazgo ético y responsable. No podemos permitir que la polarización política y el resentimiento nos dividan. Colombia, esa estratégica esquina de América, tiene todo lo necesario para generar progreso si invertimos en la fuente magna de la que emana el poder: un pueblo educado y comprometido con sus actos políticos.
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