Editorial El Occidental
Empecemos por afirmar sin duda alguna que a nada bueno. Comencemos, todo Presidente cuando llega a las regiones lo hace con el propósito de visitar obras en ejecución, inaugurar alguna que ya haya concluido a estas alturas de su mandato, a estimular proyectos productivos o a dejarlos planteados para el futuro para que al menos quede en la historia como el que ideó algo en beneficio de esas comunidades y de las nuevas generaciones. A visitar a soldados y policías o familias que han caído por las balas de los criminales o a algún evento positivo de ciudad o de región. Mínimo, a reunirse con los gobernantes para hablar de seguridad, orden, inversión, salud o educación.
Pero este presidente llegó al corazón de Antioquia, a la ciudad capital, Medellín, a mostrar varias cosas; lo primero, a demostrar que la política se hace y se aprovecha del hambre de la gente, una política de estómago que se organiza con filas interminables de entrega de almuerzos y cajas de comida y no sabemos si dinero, como se vio en todos los vídeos publicados.

Segundo, que la política del miedo se instaura desde las tarimas, llenándolas de delincuentes que salieron de las cárceles para mostrar su poderío y alianza con los jeques del crimen, con mensajes tan escalofriantes que dejan lecturas como que así, aquí en Antioquia y Medellín luchen contra el delito, yo, presidente, puedo borrar en un segundo el esfuerzo que hagan las autoridades “de segunda”, como si el gobernador y el alcalde fueran sus subalternos, como ocurría antes de la elección popular de los gobernantes territoriales. Y lo que es más grave, se le dice a la fuerza pública en medio de la muchedumbre que él es el jefe y que les ordena delante del ministro de defensa, bajar sus armas oficiales contra la delincuencia, diafrazandola de pueblo. A un pueblo que agitan para que grite a rabiar lo que ellos le pagan para hacerlo. Pero dónde se ignoran a los policías y soldados secuestrados y asesinados por los bandidos que han sido beneficiados por este gobierno.
Lo tercero, es una política del odio, dónde se habla de los gobernantes antioqueños como si fueran los delincuentes y se elogia a los delincuentes como si fueran los salvadores de la sociedad. Se les pone en evidente riesgo a los buenos, porque los que mandan son los malos. Se condena a los empresarios por hacer obras y generar empleos y riqueza a las regiones.
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Cuarto, se agita una lucha de clases, dónde los generadores de empleo y riqueza son los malos y los tiranos por darles empleo. Pero también se le dice a los antioqueños que las obras del Túnel del Toyo, la vía a Urabá y los puertos marítimos no le importan, como si no ellas no fueran un beneficio para toda Colombia. Castigando con ello a los coterraneos de Urabá que votaron engañados por el gobierno del cambio.
Quinto, quedó muy claro que la obligación era llenar, con los dineros del estado, una plazoleta tradicional de nuestro departamento, para desafiar con un discurso lleno de odio y resentimiento a los antioqueños, para decirle a un pueblo que había salido a marchar en silencio unos días antes, contra el atentado a Miguel Uribe, atentado que se constituyente en la insignia de lo que ha sido este mal gobierno que ha sumido al país en la mayor inseguridad después de 25 años; un gobierno que nos ha regresado a las épocas del terror de las guerrillas y de los indicios de los crímenes de estado. Un gobierno que odia y detesta a Antioquia. Que lo único que verdaderamente anunció, es que le quitará las tierras a los habitantes del Suroeste que retrasarán su progreso y pocas actividades podrán desarrollar en ellas.
Gracias Gobernador Andrés Julián y gracias alcalde Fico por mantener en pie las instituciones que hemos construido desde la fundación de nuestro departamento, por sostener en alto nuestra banderas de Antioquia, por soportar estos ataques, por hacer las obras que no nos quieren cumplir desde el gobierno nacional por odio a los antioqueños. Gracias. ¡Porque realmente si Antioquia resiste, Colombia se salva!
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