Por: Félix Alfázar González Mira
O Doña Mira, como también la llamaban los que la conocieron. Era recurrente en los últimos años que, al encontrarse con alguien de tantas personas que le conocieron el ciclo vital, siempre, antes del saludo personal, me preguntaran por ella en esos términos cariñosos de su nombre o su apellido, como si fuera su nombre.
¡Claro! Es que uno, como su próximo, no valoraba tanto la inmensidad de mujer que era como aquellos que la observaban en diversas actividades que desarrollaba espontáneamente para satisfacción de su interior fecundo llevando siempre su formación profundamente cristiana, en el entendido que para ella esa era la manera de responderle a Dios por su existencia. Recuerdo de niño en Nutibara, además de estar trayendo vástagos al mundo cada año, su vinculación a actividades y obras parroquiales. Por primera vez mis oídos infantiles, escucharon la palabra “cantarilla” relacionada con rifas parroquiales y no fue fácil, ya en la escuela, diferenciarla de “alcantarilla”. Aquella, rifa con fines benéficos y está harto conocida en el desarrollo urbano.
Siempre fue su preocupación superior la educación de sus hijos. Hecho que hizo el traslado de la familia al casco urbano de Frontino, donde existía instrucción pública hasta cuarto de bachillerato. Terminado este por cada uno de sus hijos, nos trasladaba a Medellín en busca de formación superior. Y la veían ya sola, joven, con 11 muchachitos a cuesta en su lucha indeclinable de “sacarlos adelante” porque Dios lo había dispuesto. El día del accidente fatal de su compañero de vida y ante la noticia abrupta se fue, a la madrugada de ese martes en levantadora donde el Cristo que había en la casa de nuestros vecinos eternos, a decirle que así como se había llevado al papá tan temprano, le diera fuerzas, orientación, empuje y no la abandonara para ver sus hijos crecer en las mejores circunstancias.
Alguna vez le escuché decir, en medio de esa lucha diaria, tempestuosa y estresante para llevarnos el sustento, que la esperanza que tenía era que existía la muerte para poder descansar. ¡Cómo se sentiría en esos momentos de lucha farragosa!!!!
¡Pero claro! Ya estaba convertida en papá y mamá. ¡Y qué padre y madre fue ella! ¡Inmejorable!!! Y creía que iba a levantarse el sustento diario para sus hijos genéticos y tantos otros que levantó y ayudó con las mismas actividades económicas del papá. La finca era atendida por ella para las actividades productivas, el ir a los pueblos vecinos a las ferias a la compra y venta de animales que le producía rendimientos económicos, tomar aguardiente en las fondas camineras, en las tiendas y depósitos de panela y todo dentro de su convencimiento pleno que era inspiración del Espíritu Santo en la dirección de atender siempre sus responsabilidades duales. Recuerdo que una noche de lunes se nos perdió y no la encontrábamos en los lugares habituales. Era el día de las peleas de gallos. ¡Claro! Allá estaba en la gallera de La Plazuela detrás de hacer un negocio productivo que le permitiera tener ingresos para el sustento del hogar. Ama de casa y papá que prodiga lo indispensable para la vida cotidiana de su descendencia.
¡Aaaahhhh! Y no abandonó nunca su actividad caritativa y misericordiosa con sus gentes más necesitadas. Solicitaba, los fines de semana, ofrendas a las gentes de Frontino, en especie y en dinero, para trasladarlas a los más desvalidos. Recuerdo la carretilla que disponía para ello. Nos decía que no soportaba el hambre y el frío. La traíamos cada cierto tiempo a comprar docenas de cobijas a Vicuña y Guayaquil para repartir a personas y familias que lo requerían. Ello ajustado con los mercados que armaba, producto de las donaciones de los frontineños. Infinitas e invaluables gracias a todos los que con sus donaciones la hicieron feliz. A tal punto de compromiso con las gentes humildes llegaba que era frecuente encontrar filas en la puerta de la casa para esperar el turno que les permitía salir con el menaje. La señal de su presencia en la casa paterna era la cortina y la ventana de su habitación abiertas.
Era tan frenética esa actividad caritativa de la mamá que un amigo entrañable de Frontino, en una de esas campañas políticas tan duras de conseguir votos, me dijo: “ustedes no tienen nada, la fuerza toda la tiene Doña Lucía con la caridad que practica de tantos años”. Y sí que le asistía la razón.
Quiso terminar su vida en Santa Fe de Antioquia por el clima que le ajustaba bien para sus dolencias de artritis. Uno de sus hijos recogió en esta frase esa decisión hace 31 años: “es tan inteligente la mamá que, hasta para escoger donde morir, eligió lo mejor”.
Y ahí, en esa bella ciudad, seguía con su manifestación fecunda y vital que le prodigaba sentimientos superiores de vincularse a la parroquia de San Martín de Porres y al Asilo de ancianos; y por supuesto, su amistad con los más necesitados al ofrendarles ayudas necesarias para su sustento material. ¡Gracias, padre Juan Ramón, por su deferencia con ella y atención a nosotros!
Tenía frases de profundidad filosófica que apenas con el tiempo lograba entender y he visto que son reflexiones cristianas o, si se quiere, bíblicas. Se cosecha lo que se siembra, dele tiempo al tiempo que el tiempo luego le habla y centenas más. ¡Pues bien! En sus últimos años, el Señor dispuso que su compañía serena, amable, comprensiva y compasiva fuera nuestra hermana formada en las ciencias de la sicología, que le permitía entender, de modo claro y académico, cualquier comportamiento o acción de una anciana venerable.
¡Y fue la mamá insuperable! ¡El papá inmejorable! ¡La amiga incondicional! ¡La consejera sabia! La abuela y bisabuela tierna. ¡Siempre presente en el ciclo vital de sus hijos, de su descendencia y en las necesidades del prójimo!!!!