Por: Gloria Montoya
No es nada nuevo. Filósofos, religiosos y personas comunes lo han dicho desde la antigüedad, pero nunca está de más recordarlo. Ser feliz, sin duda, es una decisión, y cada día lo demuestran quienes, a pesar del dolor, la enfermedad, la muerte, las pérdidas económicas y un sinfín de dificultades, eligen seguir adelante.
Esto no pretende ser una oda a la felicidad permanente. No creo en una felicidad eterna e inmutable. Hablo, más bien, de una actitud ante la vida, de una paz interior que, en su esencia, roza el halo de la felicidad espiritual. Y si hay algo cierto, es que esa decisión de ser feliz solo puede tomarse en el presente.
El pasado, sea placentero o doloroso, cuando se habita en él, nos arrastra hacia la nostalgia, la culpa o la amargura. Como bien han advertido los expertos, aferrarse al pasado puede ser un desencadenante de depresión y desesperanza. Sin embargo, esto no es una invitación a olvidar, porque recordar nos define y nos da identidad. No se trata de restar valor a lo vivido, pues nuestras experiencias son las que nos han moldeado.
El pasado debe ocupar su lugar como maestro, un vehículo que nos ha permitido madurar y avanzar. En cuanto al futuro, es emocionante soñar, proyectar y planificar, pero si vives mentalmente en él, como también señalan los expertos, atraerás ansiedad. Porque, en realidad, la vida no está completamente bajo nuestro control. Es esencial planear, sí, pero también entender que solo a través de las acciones del presente construimos los peldaños hacia el futuro que deseamos.
La única verdad tangible es el aquí y el ahora. Para ser feliz de verdad, debes abrazar conscientemente el tic-tac del reloj y aprovechar cada segundo. En ese instante fugaz, reconoce a quienes amas, siente la plenitud del momento y compártelo. Porque es allí, en ese estado de amor pleno y presencia, donde reside la verdadera eternidad, y donde brota la auténtica felicidad.