Petro y el leviatán: la corrupción del centralismo

Por: Luis Rubiel Alzate Usma

En el Antiguo Testamento, el Leviatán es descrito como una criatura colosal y poderosa que habita en las profundidades del océano. Este monstruo, que se asemeja a un enorme dragón marino, es tan formidable que su mera visión infunde temor. “De su boca salen hachones de fuego; centellas de fuego proceden. De sus narices sale humo, como de una olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones, y de su boca sale llama”. Job 41:19-22.

Thomas Hobbes se inspiró en esta poderosa criatura para su obra Leviatán, en la que argumenta que, en el estado de naturaleza, los seres humanos están destinados a luchar entre sí, creando un estado de anarquía total. Para poner fin a esta violencia es necesario establecer un pacto social en el cual todos los individuos cedan parte de su soberanía a una entidad con poder absoluto. Esa entidad, que tendría autoridad sobre los hombres, es lo que Hobbes compara con el gigantesco monstruo bíblico conocido como Leviatán. El Leviatán de Hobbes describe un estado omnipotente necesario para evitar la anarquía. Sin embargo, este poder absoluto, en el que no pueden funcionar los controles adecuados, lleva indefectiblemente a la corrupción, como se ve en el centralismo presidencialista, capaz de torcer la voluntad de los otros órganos del poder, que en teoría son independientes.

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En la política colombiana, el leviatán no solo representa el poder estatal absoluto, sino también la centralización de ese poder. Gustavo Petro, al asumir la presidencia, pregonando banderas muy distintas de asumir el desafío de desmantelar al monstruo, lo ha alimentado de manera prolija y aunque su mandato promete cambio, equidad y cero corrupción, vemos con preocupación nacer una forma mutada y letal del mismo leviatán. El centralismo, con su concentración de poder en un núcleo central, está demostrado que alienta en gran manera el aumento de la corrupción. Esto se debe a que reduce la transparencia, la rendición de cuentas y el número de trámites innecesarios, creando así un ambiente en el cual las prácticas corruptas pueden florecer sin ser detectadas y más aún auspiciadas desde su más alto nivel de acuerdo a las veleidades del monstruo leviatán. La descentralización y mucho mejor la autonomía de las entidades territoriales distribuye el ejercicio del poder y permite un mayor escrutinio público, potencialmente reduciendo la corrupción.

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La presidencia de Gustavo Petro se enfrenta al desafío de transformar el leviatán de la política colombiana, un símbolo del poder estatal absoluto y centralizado. A pesar de las promesas de cambio, algunos críticos sostienen que Petro encarna el mismo leviatán que prometió reformar. La corrupción, que ha plagado su Gobierno, es vista como una consecuencia directa de este centralismo.

La Constitución de 1991 de Colombia establece un modelo de Estado unitario con autonomía política, administrativa y financiera para sus entidades territoriales. Esta autonomía es esencial para la gestión de sus intereses y se manifiesta en el derecho a gobernarse por autoridades propias, ejercer competencias propias, administrar recursos y participar en las rentas nacionales. La distribución del poder y la concesión de autonomía a las entidades territoriales son fundamentales para combatir la corrupción del centralismo. Al descentralizar el poder y distribuirlo, se promueve la transparencia y la rendición de cuentas, se reduce la posibilidad de prácticas corruptas y se fomenta una mayor participación ciudadana en la gestión pública.

La descentralización y la autonomía territorial, tal como lo ordena la Constitución Nacional, ofrecen un camino prometedor hacia la erradicación de la corrupción asociada al centralismo. Casi nadie cree ya que Petro en este empeño vaya a ser recordado por haber domado al leviatán, sino por haber sido devorado y convertido en parte de él.

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