Por: Balmore González Mira
Hace 50 años nuestros pueblos no eran lo que hoy, muchos dirán que eran mejores y otros dirán todo lo contrario. Las nuevas generaciones no pueden hacer la comparación. Esa comparación la podemos hacer quienes los habitamos, vivimos, disfrutamos y recordamos durante estas décadas, los que estuvimos y hoy estamos; los cambios son inmensos.
Las calles polvorientas del verano eran unas por aquellas calendas, solo cambiaban sus polvaredas cuando entraba el invierno de abril, donde las nubes de tierra en el aire se transformaban en un pantano amarillo que curtía nuestros tenis de tela, las medias blancas y las camisetas claras que las manos de nuestras madres o de las lavanderas muchas veces no lograban recuperar. No había lavadoras eléctricas ni algo parecido. Un palo y una ponchera acompañaban a las que iban al río a esa tarea, el palo servía para golpear las prendas y darle salida a la mugre.

Lea también: ANTIOQUIA MANTIENE SU ESTATUS LIBRE DE FIEBRE AMARILLA
Las tardes en aquellas épocas se acababan pronto y las noches comenzaban más rápido que ahora. Allí comenzaban las jornadas de los juegos de la calle, trompo, bolas bogotanas, yoyo, pirinolas, salta lazo, yeimi, coclí-coclí, zancos, palomitas a volar, golosa, ponchao, trinchera y muchas otras hacían del deleite de las diferentes cuadras que llenas de jóvenes y adolescentes lo hacíamos alrededor de un poste de energía que medio nos alumbraba con una luz amarilla tenue, que definíamos como luz con pantano.
La energía eléctrica, que llamábamos luz, era proveída por un motor pelton que sí apenas llevaba un descolorido fugaz a los bombillos por unas horas. Este escenario macondiano duró hasta que llegó la “Luz de Medellín” que no era otra cosa que la trasmisión a través de cables hacia los municipios, con subestaciones instaladas para tal fin a través de la Electrificadora de Antioquia.
“Con este buen servicio” llegaron las primeras imágenes de televisión y los primeros 100 teléfonos para las residencias que rápidamente se instalaron por parte de EDA, las empresas departamentales de Antioquia.
“La modernidad” nos empezaba a acosar y ya otras actividades se iban atravesando en los fabulosos juegos de calle. Antes de que llegaran los teléfonos las formas de comunicación eran las cartas, los marconi telegramas, a través de Telecom. Las razones y la espera en las dos cabinas de teléfono que había en la llamada “central telefónica” y que anunciaba con un mensajero a las familias para que llegaran hasta allí a una hora precisa porque le iban a llamar de Medellín, Bogotá o un lugar lejano “por la cabina 2”.
Los cuadernos, los lapiceros y los libros eran el pan de cada día, muy poca televisión y cero teléfonos, hicieron de nuestra infancia el lunes a domingo, eso sí, en toda casa había un radio en el que se podían disfrutar las radionovelas, famosas como Arandú y el famoso Kalimán que fueron nuestros súper héroes. Los domingos a las 3 de la tarde nos agolpabamos en torno a este adminículo para escuchar las narraciones de los partidos de fútbol e ir convirtiéndonos en hinchas de nuestros equipos favoritos.
En aquella infancia dormíamos mínimo entre 8 y 10 horas, la energía recargada nos alcanzaba para en el día jugar fútbol, voleibol y baloncesto, correr en la clase de educación física y en la corta noche recrear los juegos de la calle.
Los pueblos de los abuelos, siempre serán el mejor recuerdo de nuestra infancia.
Lea además: El Palacio Nacional, de antigua sede de juzgados a ser la galería con más de 3.000 obras de arte
