Por: Mateo González Betancur
Anoche tuve un sueño, un sueño que se sentía tan real como el palpitar de mi corazón y que me dejó una profunda reflexión sobre la justicia y la verdad en nuestro país. En mi sueño, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, una figura tan controvertida como monumental en la historia reciente de Colombia, fue absuelto de todas las acusaciones en su contra. La Fiscalía, en un giro inesperado y luminoso, concluyó que no había pruebas suficientes para sostener que Uribe habría sobornado y manipulado a supuestos testigos.
Álvaro Uribe Vélez es una figura que ha dejado una huella indeleble en nuestro país, un coloso en el torbellino político colombiano, que ha sido tanto un faro de esperanza como un blanco de críticas feroces. Durante su mandato, enfrentó con firmeza el terrorismo y el narcotráfico, con una valentía que resuena en las montañas y valles de nuestra patria, logrando avances significativos en la seguridad nacional. No obstante, su liderazgo ha sido constantemente atacado por quienes no comparten su visión de país. Las acusaciones de manipulación de testigos, que han sido la base de un prolongado proceso judicial y que ha dividido a la opinión pública.
En mi sueño, la justicia se alzó majestuosa y Uribe fue exonerado, este desenlace ideal llegó como un amanecer después de una larga noche y nos recuerda que, en un Estado de Derecho, es fundamental que las decisiones judiciales se basen en pruebas contundentes y no en presiones ni persecuciones políticas o mediáticas. La independencia de la justicia es crucial para garantizar que todos los ciudadanos, sin importar su estatus o influencia, reciban un juicio justo.
Mi firme apoyo a Álvaro Uribe Vélez no se basa únicamente en su gestión como presidente, sino también, en una cuestión de convicción y justicia, en una firme creencia de que nuestro presidente Uribe, ha sido el blanco de una cacería de brujas moderna, víctima de una campaña de desprestigio. Las acusaciones en su contra han generado una polarización que no beneficia a nadie y que solo sirve para distraernos de los verdaderos problemas que enfrenta Colombia.
Es imperativo que los procesos judiciales sean transparentes y equitativos, debemos recordar que los juicios mediáticos, esas llamaradas de opinión pública, no deben condenar antes de tiempo. La historia de nuestro país está llena de figuras que han sido juzgadas más por el ruido de las masas que por la claridad de las evidencias. No debemos permitir que la justicia se convierta en un espectáculo circense, sino en un templo donde la verdad reine suprema.
Finalmente, mi sueño de una absolución para Álvaro Uribe Vélez es un llamado a reflexionar sobre cómo entendemos la justicia y la verdad. Apoyar a Uribe no significa cerrar los ojos e ignorar sus posibles errores, sino demandar que cualquier juicio sea justo y basado en pruebas irrefutables. Es hora de dejar de lado las divisiones que nos desangran y trabajar juntos por un país donde la justicia no tenga vendas en los ojos, que sea verdaderamente imparcial y donde todos, sin excepción, podamos confiar en el sistema judicial.