“El trono del trueno: cuando el águila crestada descansó en Cañasgordas”

Más allá del mito, este avistamiento tiene un profundo valor ecológico. La Spizaetus tyrannuses un ave poco común en el occidente antioqueño, dependiente de bosques tropicales bien conservados.

Por: Sergio A Restrepo Alzate.

En los montes espesos de Cañasgordas, donde el verde no se acaba y los cafetales se confunden con la neblina, una sombra negra se posó hace poco en la rama más alta de un cedro viejo. No era un gallinazo, ni un búho perdido. Quienes la vieron aseguran que el aire se detuvo y el sol brilló. Allí, en completo silencio, una imponente águila tirana (Spizaetus tyrannus) observaba el horizonte, como una reina en su trono natural.

El hallazgo causó revuelo entre los bservadores de aves de la region, pues esta especie es rara y esquiva. Es más frecuente verla planeando bajo el sol del mediodía que descansando. Pero ese día, la naturaleza decidió hacer una excepción: la señora del bosque se mostró perchada, serena y majestuosa, permitiendo que su figura, negra, robusta y de mirada altiva, quedara grabada en la memoria de quienes la apreciaban.

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El plumaje del adulto es negro brillante, con el inconfundible patrón de tablero blanco y negro bajo las alas y bandas amplias y pálidas en la cola. Pero lo que más impresionó a los testigos fue su cresta corta y espesa, que se alzaba como una corona de plumas sobre su cabeza. Aquella cresta, que rara vez se distingue en vuelo, fue ese día la prueba irrefutable de que el mito había tomado forma.

Y es que en Cañasgordas, donde la ciencia convive con la superstición, todo avistamiento extraordinario se convierte en leyenda antes de que termine la tarde. Cuentan los abuelos que hace muchas décadas vivía en la vereda Rubicón un campesino llamado Eusebio “Pito de Niebla” Montoya, célebre por su silbido agudo, capaz de llamar a las vacas, a la lluvia y, según algunos, hasta a las almas en pena.

Un día, mientras buscaba leña en lo profundo del monte, Eusebio desapareció sin dejar rastro. Solo hallaron su sombrero y, desde entonces, cada tanto se escucha un silbido potente proveniente del cielo, seguido por la sombra de un ave enorme que parece medir el mundo con la vista. “Es Eusebio, que volvió convertido en águila tirana”, dicen los más viejos. “El bosque lo reclamó por buen vecino”.

Así nació la creencia de que cuando el águila se posa sobre un árbol en Cañasgordas, es porque Eusebio está vigilando que los hombres no le falten al monte. Por eso, cuando los lugareños la vieron aquel mediodía, nadie se atrevió a cortar ni una rama más. “No sea que nos caiga el silbido del trueno”, murmuró uno, recordando que en esas tierras el respeto por la naturaleza tiene tono de advertencia y aroma a sabiduría campesina.

Fotos: Juan Muñoz

Más allá del mito, este avistamiento tiene un profundo valor ecológico. La Spizaetus tyrannus es un ave poco común en el occidente antioqueño, dependiente de bosques tropicales bien conservados. Su presencia indica que aún quedan refugios naturales de gran integridad, donde la vida salvaje encuentra amparo frente a la expansión humana. Cada árbol que se conserva, cada quebrada que se cuida, mantiene viva la posibilidad de que este símbolo del trópico siga perchando sobre nuestras montañas.

En tiempos donde el ruido de las motosierras suele imponerse al canto de las aves, la aparición del águila tirana en Cañasgordas es un recordatorio majestuoso de que la naturaleza aún tiene voz y mirada. Su sola presencia es un llamado a proteger los bosques que la cobijan, no solo por la belleza que encierran, sino por la historia que representan: la de un territorio donde el hombre y la montaña aún pueden mirarse con respeto.

Los observadores de aves, fascinados, coinciden en que aquel día Cañasgordas fue bendecida con un visitante fascinante, un espíritu alado que recordó a todos que los bosques no son solo paisaje, sino también herencia y promesa.

Porque mientras el águila crestada siga posándose en nuestras montañas, el alma del bosque seguirá respirando.

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