Por: Balmore González Mira
A las Mamás se le hace homenajes en vida y lo que uno diga y escriba después de que se marchen al cielo, porque las verdaderas Mamás se van al cielo, son recuerdos de los buenos actos y de los grandes momentos que ellas siempre nos dieron en vida.
En mis largos años de existencia este será el primero en que paso un Día de la Madre sin la Mamá. No sé cómo será, jamás lo había vivido, sentido o padecido. Lo recordaré como el primer día de celebración de día de Madres que la mía no está físicamente. Aún tengo fresquito el momento de aquella mañana cuando la Mamá partió, cuando elevé mi mirada al cielo y le di gracias a Dios por haberme prestado a la Mamá todos los años de mi existencia y por haberla dejado en la tierra 94 añitos. Años llenos de sabiduría, gratitud, lealtad, ejemplo, enseñanza, filosofía de vida, consejo oportuno, caridad, solidaridad, tesón, bondad, perseverancia, constancia, presencia y asistencia permanentes. Siempre estuvo ahí.

Para las Mamás jamás sus hijos envejecen, siempre la advertencia sobre el riesgo, siempre el consejo oportuno frente al peligro. Las Mamás tienen un séptimo sentido, aparte de tener el sexto que tienen por naturaleza las mujeres. Las Mamás son capaces de ver lo que nadie ve, de leer lo que nadie lee y de escuchar lo que nadie escucha. Son sabias por naturaleza. Son amor y dulzura, médicas, maestras, sicológicas, abogadas y hasta adivinas a ratos. Para los hijos la Mamá, la verdadera, siempre hará falta, así cumplan cien años, jamás nos acostumbramos a su ausencia. Las Mamás son eternas. Y hay una cosa rara, mientras más pasan los años, más se valora a la Mamá. Una Mamá verdadera, sabe ser tía, abuela, una verdadera Mamá es un tesoro. No abandonen a las Mamás por nada del mundo para luego aparecer de primeros en su funeral. ¡En vida hermano, en vida!
De la mía, las flores siempre fueron una de sus mayores alegrías, las amaba y las admiraba diariamente, durante años y en vida, se las hice llegar en diferentes momentos, y aún sin una fecha especial, porque las Mamás no tienen fecha. Este año no le enviaré flores, no se las llevaré a su posada final, ya no las necesita. También durante años le dediqué escritos en vida por lo que hacía diariamente, esta vez no podrá escuchar ni leer, pero dónde esté, sabrá que siempre en vida cumplí con esos dos sentimientos de gratitud por haberme dado la vida y por siempre darme todo de ella. Muy poco para lo que ella me entregó siempre.
El día de Madres experimentaré el primer día de Madre sin la Mamá, muy seguramente muchos de quienes me lean ya lo han vivido, pero esta reflexión va para quienes tienen a la Mamá viva y pueden disfrutarla. Háganlo en vida, trátenla bien, muy bien, a la edad que ella tenga, valorenla en vida; háganle el homenaje en vida, escríbanle, háblenle, escúchenla en vida; por encima de todo, que el respeto y el amor sean permanentes para la Mamá. Como quieran decirlo, Madre solo hay una.
¿Para qué llorar después de que se van sino las aprovechamos? ¿Para qué arrepentimientos tardíos cuando ya no están? ¿Para qué docenas de flores cuando se han ido del mundo terrenal?
¿Para qué, para qué, para qué?
Segunda vez que escribo algo sobre la Mamá después de su ida al cielo. Lo primero fue una atrevida oración el día de su partida, que no hice pública, por respeto a las normas de nuestra Santa iglesia católica. Y esta, que es la oportunidad de decirle a quienes la tienen al lado, disfruten plenamente a la Mamá.
